STELLA E zaba los fogones, teniendo para cada uno un cumplimiento chusco, ó una ironía para las armas, tanto más terribles cuanto menor era la reputación de valor del que las ostentaba.
El culto al coraje estaba allí, primitivo y entusiasta, manifestándose en la comside- ración hacia aquellos euya energía estaba consagrada por distintos motivos, especial- mente por haber resistido á la «justicia» como se llama entre ellos á la policía, con- fundiéndose con el mismo nombre las arbi- trariedades de la una y de la otra
Sendos jarros de vino, distribuídos con discreción, animaban la alegría de comer. Se templaban lenta y penosamente algunas gui- tarras, y se ensayaban algunas voces. En eso apareció Máximo con Alex y los niños.
Se hizo ina especie de silencio en su honor que destacaba el ruido altivo de las espuelas de los que caminaban.
Se le conocía poco, pero se sabía de su generosidad, se tenía noticias de su bravura, y de que una vez había retado al juez de paz. Era casi tan popular como lo fué su padre, cuyo nombre «Don Esequiels era entre ellos legendario. Máximo era ahora el «Señor» dela comarca, y se le mencionaba con or gullo, se le recordaba con cariño, y se le acercaba con confianza.
Un paisano cantó: