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STELLA 20 mis años de perfecta dicha. Sé que existe la ley de las compensaciones; que por lo tanto, siendo esx dicha muy escasa en el mundo, no sería justo que permaneciera en uno solo, y debe repartirse ella entre todos.—Y moviendo su cabeza con una dulco resignación: —Sí, pas drino, es justo y es natural que la mitad de mi vida compense la otra mitad.

Mirábala sorprendido de descubrirle una alma más grande de la que él le había cono- cido, de que su espíritu plancara sereno y fir. me á una altura en que otros espíritus sufien «l vértigo. Oía enternecido sonar las palabras que ella dejaba correr como las aguas crista- linas del arroyo que bautizaron su «nueva idea». Empezaba á sufrir del remordimiento de baber herido á ese ser exquisito en su dé- bil fortaleza, de haber permitido á otros que lo hirieran

Al rato dijo:

—Hace un minuto que la juguetona se- ñorita Primavera me desapareció. Al princi pio temí que la hubiese reemplazado una ilus: tre desconocida, matrona majestuosa y seve- ra, que suele andar por ahí, por los caminos» errante y extraviada, muy incómoda la pobre <onla espada y la balanza que le han impuesto los hombres en lugar de su abanico. ¡Esla señora Justicia! Pero me tranquilicé. La que caminaba á mi lado no era ella, aunque era otra: «una joven Justicia» fresca, rubia, bene- volente..... y un poquito soñadora.