208 STELLA hora en el campo. La tristeza del crepúsculo, que viola 4 las almas sensibles.
Los niños en la avenida de acacias, co- rrían tras de su propia sombra que se alar- gaba, y bailaban con ella,
—Si no fuera por lástima de su envidia, compañero, daría una carrera con los chicos.
—-Tiene usted razón, Alex; es la envidia lo que mora aquí dentro, contestó, golpeándo- se el pecho. Envidio 4 los que viven: yo sólo veo vivir,
Percibió en él aunque sonriera, un fondo de profunda melancolía que no le sospechaba, y sintió una pena.
—Las fuentes de su vida no están agota- das, viejo tío, están cegadas por el descrei- miento nada más. No conozco su existencia; pero estoy cierta de que en ella no hay una causa suficientemente grande para explicar y justificar los efectos de su amargo escepti- cismo.
El tuvo el gesto vago de quien no dice porque no quiere decir.
—No, afirmó ella; no hay nada suficiente- mente grande para justificarlo. A la vida más árida, á la más sombría no le ha faltado una for, un rayo de luz; la hora en qué creer. ¿Pal taría 4 la suya? Hay fe también en el recuer- do. Yo misma que he sufrido más á mi edad de lo que podría sufrir usted jamás, encuen- tro conformidad para el presente, y confor. midad anticipada para el futuro, recordando