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SILLA 28 — ¿Sabe que al fin Clara se decide y Enri- quese casa? Agrandáronse sus ojos, pintóse en su fiso-

nom


a un interés augustioso, para preguntar:


—¿Sí, sí? ¡ouéntemel. ... ¿Se casa pronto,

do?.... ¿Es verdad ó es una bro.

ma, Máximo?.... ¡Diga!

da de broma¡Enrique se casa en Junio.

—¿En Junio, en Janio reción?—Y con la voz aun más ansiosa: ¿Y el padre, el padre de ella qué dirá?

Xotó Máximo que después de un momen- to de ensimis contando y murmurando entre dientes para sí misma: «Bnero ... Febrero... Marzo... Abril... Mayo y Junio. ¡Seis meses, seis meses tadavíal»

El contestó después, profiriendo wma por una las palabras, como caleulando su efecto:

—Creo que el padre... el padre de ella, tiene cosas que le preocupan mucho más que la suerte de sus hijos: su propia suerte por ejemplo. ¡Es tan avaro don Sarauel!

Los ojos de Alex estaban bajos: miraba sin ver una hormiguita que pasaba con su carga, unas cuentitas punzóes del aguaribay caídas sobre el pasto verde, uno de los solda- ditos de plomo de Florencio acbatado por el pie pesado de algún peón; miraba fjamen- te en tierra. Levautó los ojos, y contestó más que á sus palabras á su tono, en el que adivinaba una intención


se casa et






namiento, mirando el vacío iba