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deprimida por la desmoralización y la de- rrota, agobiada por la desesperanza. El amor de mis niños, completa y únicamente míos aqui, me consoló. La naturaleza me dió los consejos de su vieja experiencia. En su mar- cha incesante he visto mi deber, queno está en detenerse á llorar, sino en marchar con ella. En las plantas, en los insectos, en el agua, en las estrellas, he aprendido el amplio sentido de la palabra «misión». Un día ama- necí tranquila: mi corazón volvía 4 encontrar su paz perdida, su lucidez mi espírita, mi alma su fe. Y hoy, á través de esa fe, recupe- rada intacta, puedo oir la voz de mi Padre «ue me alienta, sentir su mano que me guía, su gran corazón latir á la par del mío! Y se- rena, camplo también yo mi modesta y her- 1aosa misión.

—Milagros de la fe, murmuró Máximo conmovido.

— Sí, milagros de la fe, que me permite erecrane todavía unida 6 mi ínico amigo. ¿Su único amigo?. Gracias, amable sobrina, le contestó mirándola con un repro- che que empezaba á ser irónico sin motivo.

— ¿Gracias por qué?

—Por eso del único amigo.—-Y el reproche Iacíase agresivo y mordaz sin motivo ni razón,

Ella quedó en suspenso ..... «Se extraño él de que diga yo, «¿mi único amigo?»

¿Sabemos por «uó, después de guardar silencio mucho tiempo sobre alguna cosa que