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226 STELLA

hacía fiestas, llenar el coche de Stella con la multifior, dejarse coronar con ellas, y así co- ronada acercarse 4 él.

—¿Nos había abandonado? Creía que ha- bía usted desaparecido, señorita Primavera:

— La señorita Primavera es como usted; vuelve siempre Á sus horas y Á su tiempo, señor Crepúsculo.

—;¡Cuánte verdad en lo uno y en lo otro! ¿Sabe que estoy admirado del aspecto de ale. gre salud de este pequeño mundo? Stella está admirable. ¡Cómo sabe pagarle bien el mar su simpatía!

—A esto debo mi bienestar. ¡La salud de Stella! para mí principio y fin de todas las co- sas. Mi terror ahora es menor, de que algo pueda destruir este ser, frágil como aquella mariposa. ... ¿No le parece al mirarlas trans- parentes, delicadas, casi incorpóreas las dos. que no son hechas para mezclarse con las co. sas de este mundo? ¿Que deberán perder cada minuto wn poco del polvo de oro de sus alas?.... Wernicke me ha dicho claramente dónde está el peligro: una fuerte emoción que apresurara los latidos de su corazoncito, sería lo bastante para cortar el que la ligaá la tierra. Un síncopele sería fatal.

—Si continúa así, dentro de poco puede perder todo temor. Le he traído unos li. bros, Alex; los he hojeado 4 la ligera. No sé si le gustarán. Estos intelectualmente des» orientado. ¿Se aburre mucho aquí?