> STELLA . Engenia, el petizo ensillado, el perro blanco
ande que el petizo, la urraquita y los michines; el columpio, la larga mesa debajo de los sauces, y al lado del ombú, sobre la que pronto, pronto, pondría Pascuala la tambera la leche humeante de la vaquita gris; la oración por la noche que les enseña Stella, la bendición «por papá y por mamás, el beso de Alex, la ¡blanda camita, y los sue: ños rosados, que los descansarán de las tra- vesuras de hoy y los prepararán para las de
ana.
Alí llegaron. Cada uno se dedicó 4 sus juegos predilectos. La Perla, inseparable de Stella, armaba con ella unos cuadros de ma- dera pintada que formaban paisajes y escenas. Elvirita mirábalas hacer. Chochita saltaba 4 la cuerda, Lolita y Florencio se hamaca- PAR...
Máximo sentóse en una mecedora, y ahí se quedó mirando jugar á los chicos. «¿Dónde andará Alex?» preguntábase con involanta- ria impaciencia.
Por 6n la vió venir por la calle de paraí- sos, detenerse á aspirar una rosa criolla de escasas hojas y exquisito perfame, arrancar un litio, levantar la cabeza para oír el canto de un hornero, allá arriba, en la copa de un nogal. ... estirar el brazo para cortar gran- des gajos de la multiflor, tomar de la mano 4 Elvirita y á Nenuca, que corrían 4 alcanzarla, acariciar la cabeza del pobre Tintín que le