y STELLA
—Sí, Máximo, olvidemos siquiera por una estación, los tiempos difíciles.
Chochita lloró: Julito lloraba, llenando, muy afanoso, su balde de arena, quiso ella meterse, y él tiró un puñado á los ojos de la pobrecita. La tía tuvo que «operar», rodea- da por toda la escuela que quería ever»,
—Y ahora, cada mochuelo á su olivo. Mis cbiquilines, ustedes Á sus casas, nosotros á la nuestra. ¡Y buenas noches!
Se retiraban como habían venido, á pie, ó en sus calbagaduras quijotescas. Albertito vorrió á ayudar á montar al jorobadito Juan, que llevaba en ancas un vecino. Y así se iban todos, llena la imaginación de los cuentos milagrosos de su joven maestra, y viendo brillar las escamas de los peces del buen Jesús, seguros de que algún día los sacaría á ellos también de la miseria,
Los otros iban como un montón de cabri- tas brincadoras, ignorando que bay porvenir y que hay pasado. Sólo el niño pobre los conoce, porque recordando ese pasado, teme al porvenir.
Los unos se acercaban á guarecerse de la noche en la cueva miserable, á dormir haci- nados después de comer el pan duro y more- no, sin más caricias que las de su cuzco color de café.
A los otros los esperaba su blanca casa cubierta por su glicina, su Santa Rita y su jazmin; las avenidas de acacias, la buena