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resultados del germen de mi enseñanza en sus pequeñas inteligencias, mis queridos ni- ños». Otra vez con las manos llenas de es- pigas de trigo, de gajos de alíalía y fores de lino: «Es la naturaleza que les cuenta su historia por mi boca; son ustedes de los hijos que prefiere, porque viven más cerca de ella».

Y se las enseñaba 4 amar; y 4 amar los tra- trabajos de la tierra mostrándosela inagota- blemente fecunda y bienhechora. A amar también 6 los animales en su inocencia y en su ntilidad, y á respetar el bien ajeno, desde el nido del pájaro hasta la habitación del hombre.

Estimulábalos y abríales el horizonte, le- vantaba sus pequeñas almas, revelándoles que con el saber y la labor «llega» hoy el que quiere; que este saber y esa labor, que es el esfuerzo individual, son los grandes, los úni- cos niveladores; que por ellos el niño descalzo podrá ganarse el bienestar y la consideración siempre, y que sólo por ese esfuerzo podrá el niño rico y también el pobre, alcanzar á ser el hombre prominente de mañana.

Era dulce y amable; nada material les daba, porque pobre como ellos, nada tenía. Pero un sentimiento de inmensa gratitud iba creciendo en sus pechos para la que tanto sabía darles, comprendiendo que nadie podía darles más y mejor. Ese sentimiento pasó de los hijos 4 los padres, que sentían