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26 STELLA ranchos y del pueblito; á pie, ó montados en lentos mancarrones, en petizos peludos y ba- rrigones, adoraados con los abrojos del ca- mino. La muestra distinguía entre todes á uno de ocho á diez años, no más alto que la Nemuca que tenía cuatro, con una carita larga, ceni- sienta y marchita, y unos ojos rasgados, tris- tes € inteligentes. Los extremos de su boca caían comy caen en la vejez y en la amargura; su pecho que se hundía, parecía querer salir por sus espaldas prominentes y encorvadas, Era la víctima de las burlas, y el día que por primera vez se atrevió á acercarse tími- damente, todos contenían sus risas por respe- to á su maestra, y los pequeños Maura mi- anlo con curiosidad asombrada,

Una gran lástima, la misma pero mayor que la que sintiera por los gatitos hambrien- tos, levantó el pecho de Alex, y se extreme- ció pensando que ese ser era una degenera- ción como su hermana, y que el ángel de belleza podía haber sido fácilmente esa defor- midad. Acercóse, le tomó la barba y levantó su cabeza. «Son los ojos más lindos y más inteligentes de mi clase; aprenderás muy pronto tú, querido nido. Aquí tenemos, pues, ustedes un nuevo condiscípalo, yo, un alum- no más». Con esta presentación y un beso en la frente, impuso al pobre raquítico 4 la con- sideración y protección de los otros, Stella le sonrió y le extendió su mano. Enadelante fué el protegido de toda la escuela que lo