2 STELLA rar los frutos de ese ardor, y en plena pose- sión de sí misma, serena, confirmó en su inte- rior la promesa que hiciera á su hermana desde el montículo de arena: permanecer ba- jo el techo de sus tíos porque era para ella el techo seguro y protector, renunciar á las aspiraciones de su juventud para no expo- nerla 4 lo incierto, vivir con ella el obscuro drama de sus dos existencias.
Confiando ahora eu sufacultad dle aprecia- ción, como si hubiera visto caer una venda de sus ojos, entró en el razonamiento, que le reveló las cosas en su verdadero tamaño. Midiéndolas supo juzgar y juzgarse.
Miró á la cara á ese mundo de los hom- bres temible y extraño, que temió recién des- pués de sus decepciones, y al que antes creía imple, abierto, claro; y con-su inteligencia imple, abierta y clara, recorrió la vida que no había vivido, y penetró en las complejida- des del espíritu humano.
Encontróse con una agrupación de indivi- duos de la misma eepecie, ni completamente buenos, ni completamente malos, que forma- ban ese mundo, que se balanceaba eterna- mente entre el bien'y el mal, por el que cra zaba de vez en cuando alguna igura siniestra que dejaba su sombra, ó más de tarde en tarde algún meteoro que dejaba el rastro de su luz. Y supo así, que ese mundo era bueno, malo, débil, fuerte, ligero, impresionable,
Leyó un pasaje de la Imitación: «Aquellos