210 SIFLLA á un muchacho venir corriendo hacia su dirección, con un pañuelo atado en punta colgando en la mano, lleno de algo que pesa- ba, y balanceabaal correr, El chico vestido con un pantalón y uoa camisa rotos, al divi- sarla, quiso detenerse, pero como bajaba corriendo una pendiente po pudo hacerlo sino 4 dos pasos de distancia apenas,
Ante la joven se avergonzó, y en su turba- ción continuaba balanceando cada vez más tuerte el pañuelo dentro del cual estaba el gritito triste,
Los expresivos ojos de Alex preguntaron tan claramente lo que querían saber, que el muchacho tartamudeaado de cortedad le contestó:
—Son unos gatitos que voy 4 tirar al mar.
—¿A ver? dijo ella vivamente, estirando el cuello con una curiosidad infantil.
Abrió €l su andrajo, y le mostró cuatro gatitos flacos y hambrientos, que tendrían dos semanas, cuyos ojitos reclamaban la laz, y cuyos hociquitos reclamaban la madre- nodriza. Pedían lo suyo; ¿por qué, pues, privarlos?
Alex por ese instinto maternal que era una de las cuerdas más vibrantes de su naturaleza apasionada, los tomó en sus bra- 208 y acercólos á su pecho para calentarlos.
El muchacho disparó. Y ahí se quedó con ellos...