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STELLA 1 Dina, extraña á todo lo que pasaba, res-

pondió:

—Mil gracias, señor, acepto, pero con una condición, pues es necesario que la fiesta sea completa hoy. Se vienen Isabel, Alex y usted á comer con nosotros y nos vamos al teatro todos juntos, después. Me llevo £las dos mu- chachas, y se nos reune usted en casa. El secretario se ha retirado medio enfermo; seguramente la influenza.

Alex, en un minuto, tradujo la agitación de Isabel, las diferentes corrientes de sus deseos, que se chocaban, El deseo de estar donde estuviera Montero, la amargura de la decep- ción que presentía, si estaba también su prima; el de ir y de no ir, aceptar y recha- zar; el deseo de hacer algo sin saber el qu Olvidando todo lo que empezaba 4 hacér- sele sufrir, tuvo sólo presente la lucha de esa alma celosa y se consultó «¿qué hago ahora yo?»

Un segundo después, dejaba caer sus rosas, Bien sabía que Montero, estando á su lado, se agacharía 6 recogerlas; lo hizo ella también y en el momento en que levantaba sus ojos, le clavó los suyos y le dijo muy rápidamente en alemán, idioma que él entendía:

—Le ruego, l+ ruego con todas mis fuerzas, que acepte lo que voy á decir. Después se lo explicaré,

Sintió él una sensación deliciosa; la de una complicidad con ella, y dijo:sí.