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victorias, los mail-coachs bulliciosos, los auto= móviles de todas formas, tamaños y colores.

Las señoras y caballeros recostados en la baranda del palco, dominando la concurren- cia, conversaban:

—-¡Qué tonto es Ricardo Miranda! tiene la manía de singularizarse y no le pega. Elige las levitas más largas, las galeras más altas, los anteojos más grandes.

—¿Y qué me dicen de la sinfonía eu gris que camina 4 su lado? ¿Es un sonámbulo?

—Sies Mauricio Raíces,

—Fíjate en las de Santina; qué profasión de plumas la de la señora. Con esa boa par rece un gallo,

—Y el pobre señor Santina la gallina.

Reían de la gracia vulgar, que fué inte- rrumpida por la noticia y los comentarios de:

—Ahí llegan las de Maura Sagasta.

— ¡Qué espléndido el automóvil! Debe ha- berlo traído Máximo Quiróz, que las acom- paña.



zómo está de canas! Si tiene la cabeza casi tan gris como su traje.

—¡$í, pero que interesante siempre!

—Hasta ese aire negligente le queda bien.

—¡Qué buena moza está Isabel!

—Lástima, que amenazada de engrosar, debe ajustarse; por eso se pone tan colorada algunas veces, Pero es hermosísima.

¡Y cómo van los festejos de Montero y Espinosa?