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raza? preguntó Isabel, —deseosa que otros sintieran ia mortificación que ella sentía; pues sabía que con ello hería á Micaela y á Car. mencita—¡Alberto y Máximo contemplando la aurora!.... Sólo Alex es de fuerza para conseguirlo.
Su cuñado, que tenía mucho amor propio y genio pronto, respondió:
—Pero mi hija, podías dejar 4 Micacla y á tu hermana el cuidado de Máximo y el mío y ocuparte tú de tu Manuelito, que parece es” tar decidido 4 emplear útilmente su fortu. na... Según he oído decir, las latas que le ha dado esta noche el Ministro sueco tenían por objeto el informarse de las dificultades de ciertas exploraciones polares que tiene gran empeño en realizar.
Isabel tragaba las lágrimas de cólera que caían en su garganta y que su orgullo no quería dejar salir por sus ajos llenos de rencor.
Alberto no era malo y quería 4 sus cuña- das, pero vivía en discusión perpetua con Isabel, que lo pinchaba siempre. Aprovecha. ba ahora la ocasión de pincharla á su vez. Y en su mal hamor agregó, no previendo que él sería involuntario promotor de desgracias con sus bromas simplemente:
—Sí.... parece que el muchado no tiene una cabeza muy firme, y que la pierde cada vez que ante él se cita un nombre ilastre.... Es lo que le ha pasado con el de Fusiler.
ELLA