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STELLA 151 la terraza, desde donde oíah y veían lo que pasaba eu el comedor, ¡Ya no es sólo Isabel, es también Clara, y es mi suegra, y esla lamar, Pebre Alex, encantadora Alex, prosiguió al rato, con la misma afectuosidad, dulcemente pura, que tenía para decir: «Pobre Perlas, cuando la niña traviesa se golpeaba, «¡Ay, infeliz de la que nace hermosa!» Y viéndola entar, agregó: Aquí nos tieve usted, prima, recitando versos 4 la luz de alma,

Miró ella al jardín; el alba llegaba lenta- mente en el horizonte, Atraída, se aproximó 4 la baranda, abrió más graude un cristal y en ella se recostó sin cuidarse del aire frío que besaba sus brazos desnudos. Máximo se aproximó también, y un poco detrás quedóse Alberto.

Los tres contemplaban la lucha entre la luz y la sombra y esperaban silenciosos el nacimiento del día. La luz triuotaba; aun no se mostraba el sol, pero una mancha rosada marcaba el punto donde pronto debería aparecer,

Un deseo latente de que ese silencio, esa tranquilidad, esa quietud se prolongaran, después del bullicio de la fiesta, había eu ellos tres.

—¿Alberto, Alberto, no sabes que te espe- ramos para cenar? gritó Carmencita desde el comedor.

— Almorzar dirás, son las cinco; le com testó fastiadido al ser interrumdido en un