STELEA 12 cuyas impertineucias conociera mucho antes que su nombre; pero su cultura era demasía. do perfecta para hacerlo comprender, Con- testó seria, sin sequedad:
—Siento no poder complacer á usted, se- ñor; tengo comprometidas todas las piezas de la noche,
—¿Ni un intermedio, señorita? preguntó Montero, sin su aplomo habitual.
—Ni un intermedio, señor,
— ¿Entonces tendré 4 lo menos el honor de servirla en el bufíet?
Alex apoyó un instante en Máximo, su mirada de terciopelo azul, y respondió des- pués con su aire natural
—Nuevamente mil gracias, señor; he acep- tado con anterioridad el mismo ofrecimiento del señor Quiroz.
Estela miró muy sorprendido, como quien eree haber oído mal; ella le sonrió con ma- licia, y Montero se retiró con un gesto de contrariedad.
Isabel, demasiado rosada, quedó un mo- mento en suspenso, paseando sus ojos, de- wmasiado brillantes, del joven, que se alejaba, á su prima.
—Hace tna hora que nos tienes aquí espe- rando para continuar, Alex, le dijo, con una voz que parecía salir de una garganta que ha secado una larga carrera. Y sin mirarla sonrió á su compañero.
—¡Ah, síl perdón... respondió Alex comple-