STELLA £
—Me parece, que como dueño de casa, de bías ocuparte de cumplir tus deberes, en vez dle pasarte las horas brincando con Alex.
—Debías tá ocuparte de los tuyos, el pri mero de los cuales es el de no fastidiar... $: bes quesoy dócil, pero que me encabritan las imposiciones. Lo que hubiera hecho pedido en otra forma, mo quiero hacerlo ahora, ¿vie entiendes? ¡Y cuidado! Me voy cansando. $: 10 fuera por el viejo, y por los chicos, toma- ba mi sombrero y me mandaba mudar Abur! y Je dió la espalda.
Alex, acostumbrada á las disputas del mn trimonio y las explosiones continuas «le los celos de Carmencita, las que se recibían en casa como se oye llover, no dió importancia 4 la escena, ni atendió 4 lo que decían. Sólo alcanzó á oit, enaudo salía con Montana, las últiaras palabras de Alberto que le entraron en el oído zumbando como una avispa,
En el gran salón encontróse frente á frente A Isabel, expléndida con su aire majestuoso y algo pesado, absorbida porlas palabras de su compañero, en cuyo hrazo se apoyaba con sierto abandono. Sus ojos bajos miraban el pequeño abanico de marfil y lentejuelas, que llevaba entreabierto en sus manos, y adivi- nábase que era una felicidad largo tiempo acariciada lo que la hacía sonreír, El le de- vía palabras discretas todavía, precursoras de otras que llegarían después... Isabel alzó los ojos, vió á su prima, se sonrieron las dos