1 STELLA
helesaron ea un espectáculo del que sólo ellos disivutaban.
xn momento sintió Alex, que su compañe- ro apretaba nerviosamente su cintura y la asano que tenía su mano, Siempre bailando lo miró, y notó que se mordía los labios, que había irritación en la mirada que deslizaba hácia el hall. Dirigió la suya ev la misma di- rección y alcanzó Á percibir un pedazo del tido de Carmencita que se alejaba.
El vals terminó, y Montana ofreció su bra- 104 Alex para pasear, Bra éste un hombre de cincuenta años, alto, de rasgos enérgicos, ojos penetrantes y fríos, y aire dominante, cuyaropa bien hecha, disimulando su estruc- tura vulgar, dábale lo que se llama «una bue- ha presencias.
—La muchacha que nos lleva usted don Sa- muel, vale un Perú! ¿No le parece así al gran competente en valores? preguntóle Alberto.
—Es el papá de Clarita, advertía don Luis 4 sa sobrina, cuando lo interrumpió Carmen- cita, que decía desde la puerta á su marido, secamente:
—Blbesto, muchas señoras se están pasan- do la noche sentadas, porque no hay quien las atienda.
N 4 mí qué, le contestó alzando los hom- bros como el más mal criado de sus hijos, y acercándosele para evitar que los otros oye- ran las impertinencias que, estaba seguro, iba ella á lanza: