STELLA . 7
El pobre auriga fué saludado con todo el consabido vocabulario: «Cuidao, ché, con los rusos, mo se te vayan á disparar». «Mirá el coche de primera»... lo que aumentó su cró- nico mal humor.
Una vez que la victoria hubo parado 4 la puerta de la lujosa mansión, bajó de ella una mujer de luto con una criatura envuelta en una gruesa manta, y pagó al cochero que se retiró renegando,
—El señor Luis Maura Sagasta? preguntó 4 un portero de frac.
—-El señor está en casa; pero el señor no puede recibirla ahora, contestó el gallego de mal modo.
—Sin embargo, deberá usted avisarle, re- plicó efla, en el tono de quien está acostum- brada á sér bien servida.
—El señor tiene gente á comer, van á sen» tarse á la mesa, no puedo bablarle; vuelva otro día.
—Anúnciele usted que sus sobrinas acaban de llegar, dijo en el mismo tono la mujer.
—Ahl.... exclamó sorprendido el portero, y pasados unos minutos de indecisión, que manifestaba rascándose la oreja, desapareció en la gran portada.
La recin venida, permanecía en la vereda recibiendo la lluvia. fina como rocío, que la penetraba, y el murmullo y toses de burla de la librea, que le llegaban como las ema» naciones de un pantano.