berto comprendieros, que se relería á su transformación,
Empezó la tarea de presentarle á los chacitos» de la rueda, según todos lo desea. ban; cada uno de ellos apuntaba su nombre en el programa, Al llegar al gran salón, segui da porlas actamaciones: «Xo olvide usted el siguiente vals»; «Al seguado intermedio iré 4 buscar á usted, señorita»; «La tercera pieza es la mía», su programa estaba lleno, no siéndole ya posible complacer á los que se precipita: ban para obtener el bailar 5 pasear con ella.
Abríanse á su paso el interés de los hom- bres, la curiosidad, más ó menos benevolente, de las mujeres, No se la encontraba más linda que las demás.—Alejandra no era linda—se la encontraba diferente. Se experimentaba ce ca de ella el instable goce de ver jugar su es- pirita en sus ojos y eu sus palabras.
Sin que las alabanzas y las "miradas admi rativas la ofuscaran, sentíase satisfecha en la plenitud de su joven vida, que volaba hacia la alegria, y ese contento dábale nuevo res- plandor, Entraba gozosa, sin turbación, en el triunfo mundano tan rápido como efímero.
—Xa sabes, Eurique, dónde estará mi tío? preguntó al joven que bailaba cuadriltas con Clarita, firteando con su veciva.
—Papá está eu la salita amarilla; juega al tresillo con el señor Montana, el Ministro Bs. pañoi, y don Pepe Escriña... Si quieres es- perar Á la terminación de esta pieza, yo te