tiempo á las mezquindades, la otra imp: sión: el vacío mortal del alma, la nostalgia de su patria y de su ambiente, la triste amargura de una desilusión en una festa. Cayó su contento, parecióle envejecer, el desaliento la invadió, y quedóse clavada en su sitio,
«Si alguien me conociera!,..» exclamó en sa interior, en una compasión para consigo mis- ma... «Si alguien me amaral» se atrevió 4 desear, mirando á tantos jóvenes pasar enla- zados, y cruzar palabras y miradas.
Creyó soñar un momento después, oyendo una voz que le decía en su propio idioma: Señorita, soy el representante de Suecia y Noruega, y he creído que sería éste el me- jor título para presentarme á la hija de Gus- taxo Fussiler,
Un sobresalto, una soltura de todos sus nervios, le díó la presencia de ese hombre ru- bio, alto y amable, que simbolizaba para ella su país, que llevaba en la solapa de su frac uva reminiscencia de los colores de su nación, que le traía en su acento como una ráfaga de aire del país natal.
El esperó que pasara una emoción, que comprendía, para ofrecerle su brazo.
—Acabo de llegar; hace sólo ocho días que me encuentro en Buenos Aires. Deseo presen- tarle á mi señora.
Al sentir la voz, de un grupo de hombres, “¡ue se encontraba cerca de la puerta Mel