STELLA us envolvimiento de su belleza, del brazo de sus caballeros.
Vió pasar así: á la linda Elena, fina y deli- cada en un traje lila y plata; á la hermosa Isabel de celeste, con el gajo de cerezas rojas entre sus cabellos negros, donde acababa ella de colocarlas; á Enrique bailando con Clarita que llevaba perlas magníficas, á María Luisa de salmón; á Ana María en una nube de blan eo tul, Desconocidos... desconocidos después.
Alex asistía por complacer, obedecer más bien á su tía, pero en ese instante, su juventud tan viviente sobrepúsose á todo, y trimnfante, la obligó á olvidar lo que no fuera ella. Su espíritu se abrió y se adornó de fiesta, la cla- vidad natural de su carácter apareció espan- tando las sombras que obscurecían sus días, y al contacto de otras jóvenes alegrías, su pensamiento empañado por el dolor, volvió Á encontrar su tersura.
Vibrante toda, sonriendo á la música, 4 las fores, 4 la luz, á la vida, dió dos pasos ha: cia el placer. .. y se detuvo... Adóndeiba? A quién iba á buscar? A nadie conocía, nadie la recordaba, nadie se ocupaba de ella; era la aislada, la inapercibida, la extranjera. Re- cordó otras fiestas más grandiosas, en que fué de las primeras, y le pareció que una arma fina y cortante atravesaba de parte á parte su amor propio de mujer. Una impre- sión más íntimamente dolorosa reemplazó en su pecho, que daba cabida por muy poco