SUBLLA 11 ña, no importunes á tu hermano si sabes gue no le gusta; y tú, niño, ten un poco de correa para las bromas de tu hermana, que es traviesa, y no la vas Á corregir,
—Qué vestido te pones esta noche, Isabel? preguntaba á su cuñada, Elena, que daba el beso de despedida á su suegra.
—Estoy desesperada porque me traigao el pompadour de lo de la Carra, pero me te- mo que no lo concluyan para hoy.
—Por qué no esperas al veinticinco para estrenarlo, como pensabas, zonza? preguntó Carmencita que no abría la hoca sino para dejar escapar una indiscreción.
Isabel se sonrojó, y en las otras se pintó cierto embarazo.
—Yo le regalo uno celeste para ese día, dijo la madre, sacando de apuro á su favorita, El celeste es muy sentador,
La criada entró con la caja de madera obs- cura, de tapa de hule negro y correas de cuero, tan llena de promesas, para las ele- gantes clientes de la Carrau.
—Mauda decir Mme, Renard, que ha de- jado el vestido de paño, para poder concluir éste para hoy. Que puede ir á probarse el Janes la señora María Luisa, y el jueves la se- ñorita Isabel.
Exclamaciones de curiosidad al abrirla ca ja, de admiración después de abierta... Una obra de arte verdaderamente aquel traje, de raso blanco marfil, salpicado de ramos de