SPELLA 101 ció dispuesta á preferir al que renmía cosas que é ella le faltaban: la hermosura y la sá» lud, el nombre doblemente prestigioso, Maura y Quiróz; la posición social que no da el dinero.
Tratábase de asentar la naciente inclina- ción, y con todas las precauciones que se em plean alrededor de un pájaro en libertad, que amenaza tomar el vuelo, deslizábase la fami- lía cerca de Clarita, Aunque de fuera no bía más que Micaela y Dolores, era bastante con. ellas y las hijas de la casa para animar la reunión.
Con el disimulo tan poco disimulador que se usa en estos casos, para dará los movios la ocasión de declararse y entenderse, se re- presentaba una de esas escenas que se impro- visan en las familias. Elena tocaba el piano, María Luisa dábale vuelta las hojas de la partitura, una de las muchachas iba y venfa, las otras de pie, dando la espalda al téte á téte de los jóvenes, conversaban con la madre, sentada con Micaela y Dolores en el otro ex- tremo de la sala,
Máximo, que permanecía en su actitud plá- cida hasta la beatitud, en un momento que dirigía su mirada sin rumbo hacía el lado del comedor, rió reflejarse en el gran espejo de la chimenea, el perfil neto y acusado de una mujer rubia, y aunque alcanzaba solamente á percibir el ojo izquierdo, que le pareció transparente como un esmalte 4 través de