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CORIOLANO

No me pidáis que despida á mis soldados, ó que vuelva á tratar con la plebe de Roma. No me digáis que me separo de la naturaleza, ni intentéis apaciguar mi cólera y mi venganza con frias razones.

Volumnia.—¡Oh! Basta, basta. Habéis dicho que no nos concederéis nada; pues nada tenemos que pedir sino lo que negáis de antemano. Sólo pedimos ahora que si réhusáis nuestra demanda, atribúyase luégo toda la culpa á vuestra dureza. Oidnos, pues.

Coriolano. — Aufidio, y vosotros, volscos, atended; no oiremos cosa alguna de Roma en privado. ¿Qué pedis?

Volumnia.—Si permaneciéramos en silencio, sin decir una sola palabra, bastaría nuestro aspecto para revelar qué vida hemos llevado desde tu destierro. Reflexiona en tu conciencia cuánto más desgraciadas somos que todas las mujeres, al venir aqui; pues cuando tu vista debia llenar nuestros ojos con lágrimas de alegria y conmover de júbilo y consuelo nuestros corazones, nos obliga á gemir y á estremecernos de temor y de pesar, haciendo que la madre, la esposa y el hijo vean al hijo, esposo y padre, desgarrar las entrañas de su patria. Y tu enemistad es para nosotras, ¡desgraciadas! de la más inexplicable trascendencia; porque nos impides hasta el consuelo de orar á los dioses, consuelo que todos pueden gozar; pues ¡ay! ¿cómo podremos rogar por la patria, que es tan sagrado deber, y rogar por tu victoria, que es también deber nuestro? ¡ Ah! Hemos de perder á la patria que nos crio, 0á ti que eres nuestro apoyo en la patria. Quien quiera que triunfe, la calamidad pesará sobre nosotras; porque tendremos que verte conducido en prisiones como extranjero y malhechor por las calles de Roma, o pasearte triunfante sobre las ruinas de la patria, habiendo derramado la sangre de tu esposa y de tus hijos. En cuanto á mi, hijo mio, no me propon-