(Muere.—Alarma. Vuelven á entrar Messala, con Bruto, Catón el joven, Strato, Volumnio y Lucilio.)
Bruto.—¿Dónde, Messala, dónde yace su cuerpo?
Messala.—Un poco más allá; y Ticinio lo acompaña.
Bruto.—Ticinio, yace de espaldas.
Catón.—Ha muerto.
Bruto.—¡Oh Julio César! ¡Aún eres poderoso! ¡Tu espíritu nos persigue y hace tornar nuestras espadas contra nuestras propias entrañas!
Catón.—¡Valiente Ticinio! ¡Mirad cómo ha coronado á Cayo Casio muerto!
Bruto.—¿Hay todavía entre los vivos dos romanos como estos? ¡Adios, oh tú el último romano! ¡Jamás, jamás podrá producir Roma uno igual á ti! Amigos, debo á este hombre muerto más lágrimas que las que me veríais derramar. Ya encontraré tiempo, Casio, ya encontraré tiempo. Venid, pues, y enviad su cuerpo á Fhasos. No debemos hacerle funerales en el campamento, por no desalentar las tropas. Venid, Lucilio y joven Catón, vamos al campo. Labeo y Flavio, avanzad con vuestras fuerzas. Son las tres, y á fuer de romanos, probaremos fortuna antes de la noche en un segundo combate.
Bruto.—¡Ea, compatriotas, erguid la cabeza, erguidla aún!
Catón.—¿Qué cobarde no lo hará? ¿Quién quiere seguirme? Proclamaré mi nombre por el campo. ¡Oh! ¡Soy el hijo de Marco Catón! ¡Enemigo de los tiranos y amigo de la patria! ¡Soy el hijo de Marco Catón! ¡Oh!