Octavio.—Aquí ó en el Capitolio. (Sale Lépido.)
Antonio.—Este es un pobre hombre sin mérito que sólo está bueno para hacer mandados. ¿Es conveniente que, dividido el mundo en tres partes, venga él á ser uno de los tres que lo dominen?
Octavio.—Así lo pensabais y consultasteis su voto sobre quiénes debían ser marcados para morir en nuestra sentencia de muerte y proscripción.
Antonio.—Octavio, he vivido más días que vos, y aunque prodigamos estos honores en este hombre para libertarnos del peso de algunas calumnias, él no los llevará sino como lleva el asno el oro, para trabajar y sudar en la faena, ya sea que al señalar el camino sea guiado ó sea arreado. Y cuando hemos traído nuestro tesoro adonde queremos, le quitamos la carga y le hacemos irse, como el asno descargado, á sacudir las orejas y pacer en el campo.
Octavio.—Haced como queráis; pero es un bravo y experto soldado.
Antonio.—También lo es mi caballo, Octavio, y por tanto le proveo con un depósito de heno. Es una cria-