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JULIO CÉSAR

ha dado nacimiento á sus cachorros en la calle; y se han entreabierto las tumbas y dejado salir los muertos. Feroces guerreros combatían airados entre las nubes, en filas, en escuadrones y en extricta forma militar, haciendo llover la sangre sobre el Capitolio.—El fragor de la batalla atronaba el aire, y se oía el relinchar de los caballos y el quejido de los hombres moribundos, y los espectros daban alaridos por las calles. ¡Oh César! Estas no son cosas usuales y me infunden temor.

César.—¿Cómo evitar que se cumpla aquello que los dioses hayan dispuesto? César saldrá; pues esas predicciones tanto se dirigen á César como á todo el mundo.

Calfurnia.—No es al morir los mendigos cuando se ve aparecer los cometas; pero los cielos mismos se inflaman para anunciar la muerte de los príncipes.

César.—Los cobardes mueren muchas veces antes de perder la vida. Los valientes no experimentan la muerte sino una vez. De todas las maravillas que he oído, la que más extraña me parece es el que los hombres tengan miedo; pues la muerte es un fin necesario y cuando haya de venir, vendrá. (Vuelve á entrar el criado.) ¿Qué dicen los augures?

Criado.—No querrían veros salir hoy. Sacando las entrañas de la víctima ofrecida en el sacrificio, no pudieron encontrarle en el pecho el corazón.

César.—Esto lo hacen los dioses para vergüenza de la cobardía. César sería una bestia sin corazón, si dejase de salir hoy por miedo. No, César no lo hará. Bien saben los peligros que César es más peligroso que ellos.—Somos leones gemelos; pero nací primero y soy el más terrible. ¡Y César saldrá!

Calfurnia.—¡Ay! ¡La confianza impone silencio á vuestra prudencia! No salgáis hoy, mi señor. Llamad temor mío, no vuestro, lo que os retiene en