desde el corazón impuro
donde la aviva el deseo:
es fuego de un antro oscuro
que no se extingue jamás!
—
Pinchadle, una por una,
por su villano intento,
y en torno de él girando
quemadle sin piedad,
mientras hay luz de luna
que alumbre el firmamento,
y estrellas derramando
su pura claridad.
Page.—No hay que huir. Me parece que esta vez os hemos atrapado. ¿No habrá nadie sino Herne el cazador que haga vuestro negocio?
Sra. Page.—Vamos; os ruego no llevar la broma más lejos. Y ahora, buen sir Juan, ¿qué tal os gustan las esposas de Windsor? ¿Véis, esposo mío? ¿No sientan mejor estas hermosas astas al bosque que á la ciudad?
Ford.—Y bien, señor mío: ¿quién es ahora el cornudo, el bribón cornudo? He aquí sus cuernos, señor Brook; y no ha gozado cosa alguna de Ford, señor Brook, excepto su canasto de la ropa sucia, su bastón,