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LAS ALEGRES COMADRES

tenía en el cuerpo, señor Brook, el diablo más furioso de celos que jamás haya infundido frenesí á un hombre. Os diré que, tomándome por una anciana, me aporreó terriblemente; pues ya se echa de ver que en mi propia forma de hombre no temería yo ni al mismo Goliat con una viga de telar; porque sé también que la vida es una lanzadera. Estoy de prisa. Venid conmigo, señor Brook, y os lo diré todo. Desde los días en que desplumaba gansos, corría la tuna y jugaba al trompo, no he sabido lo que es atrapar golpes hasta esta ocasión. Seguidme, y os referiré extrañas cosas de este bellaco Ford, de quien he de vengarme esta noche, y cuya esposa os he de entregar.

(Salen.)
ESCENA II.
En el parque de Windsor.
Entran PAGE, POCOFONDO y SLENDER.

Page.—Venid, venid. Nos ocultaremos en el foso del castillo hasta que veamos las luces de nuestras hadas. Hijo Slender, no os olvidéis de mi hija.

Slender.—No, por cierto. La he hallado y tenemos convenida una palabra para reconocernos. Yo debo llegar vestido de blanco y exclamar: ¡chitor' y ella debe responder ¡morralr' y así conoceremos cada uno al otro.

Pocofondo.—Eso está bien; pero ¿qué necesidad hay de que vos exclaméis: ¡chitor' y ella morrar'? El vestido blanco os la hará ver bien claro. Han dado las diez.

Page.—La noche es oscura, y le vienen bien luces y espíritus. ¡Que el cielo favorezca nuestro juego! Aquí nadie desea el mal sino el diablo, y lo conoceremos por sus cuernos. Vámonos. Seguidme.

(Salen.)