pipa con él. Ya le haré bailar. ¿Queréis venir, buenos amigos?
Todos.—Somos con vos, para ver el monstruo.
Sra. Ford.—¡Hola, Juan! ¡Hola, Roberto!
Sra. Page.—Pronto, pronto. Es en la canasta...
Sra. Ford.—Por vida mía. ¡Hola, Robin, ¿oyes?
Sra. Page.—Venid, venid.
Sra. Ford.—Ponedla aquí.
Sra. Page.—Dad la orden á vuestras gentes. No tenemos tiempo que perder.
Sra. Ford.—Entended, como os tengo dicho, Juan y Roberto, que debéis estar listos aquí cerca, en la cervecería; y en el mismo instante en que yo os llame, venid, sin dilación ni tropiezo, y tomad esta canasta en vuestros hombros. Con ella iréis á toda prisa hacia los lavaderos de la ciénaga de Datchet, y la vaciaréis en la zanja cenagosa que está junto a la margen del Támesis.
Sra. Page.—¿Lo haréis así?
Sra. Ford.—Les he hecho el encargo una y otra vez. No son instrucciones lo que les falta. Idos, y acudid en el momento en que os llame.
Sra. Page.—Aquí viene el rapazuelo Robin.
Sra. Ford.—¿Qué tal, chiquitín mío? ¿Qué nuevas traes?