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DE WINDSOR.

Ford.—¿Tiene Page sesos? ¿Tiene ojos? ¿Tiene algo como entendimiento? Pues si los tiene, no hay duda de que están dormidos: no le sirven para nada. Por cierto que este muchacho llevara una carta veinte millas, con tanta facilidad como un cañón arroja una bala, punto en blanco, á doscientas cuarenta yardas. Page da rienda suelta á la inclinación de su esposa; da impulso y facilidades á su insensatez; y ahora va á donde mi mujer, y la acompaña el muchacho de servicio de Falstaff! Un ciego podría ver al través de esto. ¡La acompaña el muchacho de Falstaff! ¡Bien urdidas están las intrigas! Y nuestras mujeres se juntan para condenarse¡Bueno. Me apoderaré de él; en seguida torturaré á mi esposa, arrancaré la máscara de falsa modestia de la hipócrita señora Page, exhibiré á Page como un Acteón voluntario; y á estos violentos procederes, todos mis vecinos dirán amen. (Se oye el reloj dar horas.) El reloj me da el aviso, y mi certeza me invita á hacer un registro. Allí encontraré á Falstaff; y seré más encomiado que ridiculizado por esto; porque tan seguro es que Falstaff está allí como que la tierra está bajo los piés. Iré. (Entran Page, Pocofondo, Slender, el posadero, sir Hugh Evans, Caius y Rugbi.)

Pocofondo, Page, ETC.—Pláceme veros, señor Ford.

Ford.—Una buena reunión, á fe mía. Hay una buena mesa hoy en casa; y os ruego á todos que me acompañéis.

Pocofondo.—Debo ofreceros mis excusas, señor Ford.

Slender.—Y yo igualmente, señor. Estamos comprometidos á comer donde la señorita Ana, y no le faltaría por ninguna suma de dinero que se pueda contar.

Pocofondo.—Hemos disertado sobre unas bodas entre Ana Page y mi primo Slender, y hoy debemos recibir la respuesta.