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DE WINDSOR.

Falstaff.—¿Entre diez y once?

Aprisa.—Sí, exactamente. Y en ese tiempo podréis ir á ver la pintura que sabéis, y su esposo, el señor Ford, no estará en casa. ¡Ay! ¡qué vida lleva la pobrecita con él! Es un hombre tan celoso, que la hace pasar la mar á pié, como dicen. ¡Pobre palomita!

Falstaff.—Entre diez y once. Preséntale mis cumplimientos. No dejaré de ser puntual á la cita.

Aprisa.—Muy bien dicho; pero tengo otro mensaje para vuestra señoría. La señora Page os presenta también sus más afectuosos cumplimientos—y dejad que os lo diga muy en secreto—es una esposa recatada y virtuosa, como la mejor que pueda haber en Windsor, y que jamás falta al rezo de la mañana y de la tarde. Me ha pedido decir á vuestra señoría, que su marido sale muy raras veces de casa, pero que tiene ella la esperanza de que no faltará una oportunidad. Jamás, en los días de mi vida, he visto á una mujer tan apasionada de un hombre. Seguramente tenéis alguna magia para encantarlas.

Falstaff.—Os aseguro que no. Fuera del natural atractivo en mi persona, no tengo encantos.

Aprisa.—Pues Dios os bendiga por ellos, mi feliz señor!

Falstaff.—Sólo te ruego que me digas esto: ¿saben la esposa de Ford y la de Page, cada una, que la otra está enamorada de mí?

Aprisa.—Pues bonita la habríamos hecho! Espero que no son tan estúpidas. Por cierto que eso no habría sido sino una treta. Pero la señora Page desea que á todo trance le enviéis á vuestro pajecito. Su esposo tiene un afecto singular hacia éste, y os aseguro que el señor Page es todo un hombre de bien. No hay en Windsor esposos mejor avenidos; como que él hace lo que ella quiere, dice lo que se le antoja, toma cuanto le pide y paga cuanto toma: se acuesta cuando ella lo