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LAS ALEGRES COMADRES

Caius.—Sí: ponedla en mi bolsillo. Despachad pronto. ¿Dónde está el bellaco Rugbi?

Aprisa.—¡Hola! Juan Rugbi! Juan!

Rugbi.—Estoy aquí, señor.

Caius.—Eres un Juan Rugbi y un animal Rugbi. Ea! Toma tu sable y ven á la corte pisándome los talones.

Rugbi.—Está listo, señor, aquí en el pórtico.

Caius.—Por vida mía, que demoró demasiado. ¿De qué me olvido? ¡Ah! Allí hay unos medicamentos en el armario. No quisiera olvidarlos por nada de este mundo.

Aprisa.—¡Ay, Dios mío! Va á encontrar allí al mozo, y se pondrá como un vive Cristo!

Caius.—¡Diablo! diablo! ¿Qué hay en mi armario? (Sacando afuera á Simple.) ¡Villano! ¡ladrón! Rugby, mi espada!

Aprisa.—Señor, tranquilizaos.

Caius.—¡Pues hay de qué estar tranquilo!

Aprisa.—Este es un mozo honrado.

Caius.—¿Y qué tienen que hacer los hombres honrados dentro de mi armario? Ningún hombre honrado tiene á qué venir á mi armario.

Aprisa.—Os conjuro para que no seáis tan flemático. Escuchad la verdad. Él vino donde yo con un recado del cura Hugh Evans.

Caius.—¿Y bien?

Simple.—Sí, en conciencia; para rogarle que.....

Aprisa.—Paz, os ruego.

Caius.—Paz á tu lengua. Dime el cuento tú.

Simple.—Á rogar á esta honrada señora, vuestra doncella, que intercediese para con la señorita Ana Page en favor de mi amo, á fin de hacer el matrimonio.

Aprisa.—Eso es todo, ciertamente. Pero no meteré yo la mano al fuego, ni necesito hacerlo.

Caius.—¿Es sir Hugh quien os ha enviado? Dame