Falstaff.—Posadero mío de la Liga...
Posadero.—¿Qué dice mi enredista matasiete? Hablad con discreción y finura.
Falstaff.—En verdad, posadero mío, que tengo que despedir á algunos de mis secuaces.
Posadero.—Despedidles, mi valeroso Hércules: echadles; que tomen el portante. Al trote, al trote.
Falstaff.—Me cuesta el albergue diez libras por semana.
Posadero.—Eres un emperador, César, Czar y cavilante. Tomaré á Bardolfo. Escanciará los barriles y manejará sus llaves. ¿Está bien dicho, bravo Héctor?
Falstaff.—Hacedlo en buen hora, amigo posadero.
Posadero.—Está dicho. Que me siga. Quiero ver la espuma y la cal. No tengo más que una palabra. Sígueme.
Falstaff.—Bardolfo, vé con él. Es buen oficio el de mozo de taberna. Una capa vieja hace un nuevo coleto, y un criado gastado hace un nuevo mozo de taberna. Vete. Adios.
Bardolfo.—Es un género de vida que deseaba, y he de prosperar en él.
Pistol.—¡Oh miserable bohemio! ¿Y quieres manejar las espitas?
Nym.—En borrachera fué engendrado. ¿No es natural su gusto? No tiene una mente heróica, y de allí el que tenga aquel instinto.
Falstaff.—Me alegro de haberme desembarazado de tal caja de yesca. Sus robos eran demasiado desca-