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JULIO CÉSAR

—Y entonces, de seguro ponemos en él un estímulo por el cual pueda crear peligros á voluntad.—El abuso de la grandeza existe cuando esta separa del poder el remordimiento; y á decir verdad de César, nunca ha sabido que sus afectos hayan vacilado mas que su razón. Pero es prueba ordinaria que la humildad es para la joven ambición una escala, desde la cual el trepador vuelve el rostro; pero una vez en el más alto peldaño, da la espalda á la escala, alza la vista á las nubes y desdeña los bajos escalones por los cuales ascendió. Acaso lo haga César. Luego, so pena de que llegue á hacerlo, hay que evitarlo. Y pues la contienda no versará sobre lo que es él en sí, hay que darle esta forma: aumentando lo que él es, se precipitaría á estos y aquellos extremos; y, por lo tanto, se le debe considerar como al huevo de la serpiente, que incubado, llegaría á ser peligroso, como todos los de su especie; y hay que matarlo en el cascarón. (Vuelve á entrar Lucio.)

Lucio.—La lámpara, señor, está encendida en vuestro retrete.—Buscando una piedra de chispa en la ventana, hallé este papel, sellado como véis. Estoy seguro de que no estaba allí cuando fuí á acostarme.

Bruto.—Vuelve á tu lecho, aún no es de día. Dime ¿no son mañana los idus de Marzo?

Lucio.—No lo sé, señor.

Bruto.—Busca en el calendario y avísame.

Lucio.—Lo haré, señor.

Bruto.—Las exhalaciones que silban por los aires dan tanta luz que bien podría leer con ella. (Abre la carta y lee.)

«Bruto, estás dormido. Despierta y contémplate á ti mismo. Tendrá que permanecer Roma, etc.—Habla! Hiere! Haz justicia! Estás dormido, Bruto.—Despierta!»

Á menudo se han colocado instigaciones de esta clase allí donde he debido tomarlas.—«¿Tendrá que per-