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COMEDIA DE EQUIVOCACIONES.

cara y os desfigurará. (Se oyen gritos en el interior.) Escuchad, escuchad; ya le oigo; huíd, ama mía, escapaos!

El duque.—(A Adriana.) Venid, poneos junto á mí. No tengáis ningún temor. Guardadla con vuestras alabardas.

Adriana.—(Viendo entrar á Antífolo de Éfeso.) ¡Oh dioses! ¡Es mi esposo! Sed testigos, que reaparece aquí como un espíritu invisible. No hace sino un momento que le hemos visto refugiarse en esta abadía, y hele aquí ahora que llega por otro lado. ¡Esto sobrepuja la inteligencia humana!

(Entran Antífolo y Dromio de Éfeso.)

Antífolo.—¡Justicia, generoso duque! ¡Oh! ¡Aseguradme justicia! En nombre de los servicios que os he hecho en tiempos pasados, cuando os he cubierto con mi cuerpo en el combate y he recibido profundas heridas por salvar vuestra vida; en nombre de la sangre que perdí entonces por vos, acordadme justicia.

Ægeón.—Si el temor de la muerte no me ha trastornado la razón, es á mi hijo Antífolo á quien veo, y á Dromio.

Antífolo.—¡Justicia, buen príncipe, contra esta mujer que véis allí! Ella, á quien me habéis dado vos mismo por esposa, me ha ultrajado y deshonrado, con la más grande y la más cruel afrenta. La injuria que sin pudor me ha hecho hoy, sobrepuja la imaginación.

El duque.—Explicaos y me encontraréis justo.

Antífolo.—Hoy mismo, poderoso duque, ha cerrado para mí las puertas de mi casa, mientras que ella se regalaba allí con bribones infames.

El duque.—Grave falta; responde, mujer: ¿has obrado así?

Adriana.—No, mi digno señor. Yo, él y mi hermana, hemos comido hoy juntos. ¡Que caiga sobre