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JULIO CÉSAR

nuestras madres; pues nuestro yugo y sumisión muestran que somos afeminados.

Casca.—En verdad, se dice que los senadores se proponen entronizar mañana á César, como rey; y que llevará su corona por mar y tierra en todas partes excepto aquí en Italia.

Casio.—Entonces, ya sé dónde he de usar este puñal. Casio libertará de la esclavitud á Casio. Por ello ¡oh dioses! tornáis á los débiles en los más fuertes; y por ello ¡oh dioses! vencéis á los tiranos. Ni las torres de piedra, ni los muros de bronce forjado, ni la prisión subterránea, ni los fuertes anillos de hierro, pueden reprimir las fuerzas del alma; porque la vida cansada de estas barreras del mundo, jamás pierde el poder de libertarse á sí misma. Y pues sé esto, sepa además todo el mundo, que de la parte de tiranía que sufro me puedo sustraer cuando quiera.

Casca.—También lo puedo yo. Cada siervo lleva en su propia mano el poder de acabar su servidumbre.

Casio.—Y entonces, ¿por qué habría de ser un tirano César? ¡Pobre hombre! Bien sé que no querría ser él un lobo si no viera que los romanos son ovejas; ni sería león si no fueran los romanos ciervos. Los que quieren encender un gran fuego, principian por algunas débiles pajas. ¿Qué hez es Roma, qué deshecho, qué escombro, cuando sirve de materia y base para iluminar una cosa tan vil como César? Mas ¡oh dolor! ¿adónde me has llevado? Tal vez hablo esto ante un cautivo voluntario, y entonces ya sé cuál tiene que ser mi respuesta; pero estoy armado y no me importan los peligros.

Casca.—Habláis á Casca, á un hombre que no es un decidor de chascarrillos. Tomad mi mano. Alzad el grito porque se remedien todos estos males, y no habrá quien dé un paso mas adelante que yo.

Casio.—Pues queda convenido. Sabed ahora, Cas-