Guillermo.—Y buenas tardes á vos, caballero.
Piedra.—Buenas tardes, buen amigo. Cubre tu cabeza, cubre tu cabeza: te ruego que la cubras. ¿Qué edad tienes, amigo?
Guillermo.—Veinticinco, señor.
Piedra.—Madura edad. ¿Es Guillermo tu nombre?
Guillermo.—Guillermo, señor.
Piedra.—Bonito nombre. ¿Es este bosque el lugar de tu nacimiento?
Guillermo.—Sí, señor, á Dios gracias.
Piedra.—«¡Á Dios gracias!» Galana respuesta. ¿Eres rico?
Guillermo.—Á fe mía, señor, así... así.
Piedra.—«Así, así;» está bien, muy bien, desmesuradamente bien; y sin embargo, no lo es; no es más que así, así. ¿Eres discreto?
Guillermo.—Sí, señor: tengo un ingenio regular.
Piedra.—Pues dices bien. Recuerdo ahora un dicho: «el necio se cree discreto y el discreto se tiene á sí propio en concepto de necio.» El filósofo pagano cada vez que tenía deseo de comer un racimo de uvas abría los labios al ponerlo en la boca; significando con ello que las uvas han sido hechas para comerlas y los labios para abrirse. ¿Amas á esta muchacha?
Guillermo.—Sí, señor, la amo.
Piedra.—Dame tu mano. ¿Eres instruído?
Guillermo.—No, señor.
Piedra.—Entonces aprende de mí esto: tener es tener; porque es una figura retórica que la bebida vertida de una taza á un vaso, mientras llena al uno deja vacía á la otra; pues todos vuestros autores convienen en que ipse es él. Ahora bien; vos no sois ipse, porque ese soy yo.
Guillermo.—¿Cuál es ese?
Piedra.—El que se ha de casar con esta mujer.