minuto en mil partes y falte en fracción alguna á la milésima parte del minuto, está, como si se dijera, en manos de la policía del amor; pero yo garantizo que está sano de corazón.
Orlando.—Perdonadme, amada Rosalinda.
Rosalinda.—No. Si habéis de ser tan lento, no volváis á verme. Tanto me valdría tener por pretendiente á un caracol.
Orlando.—¿Un caracol?
Rosalinda.—Sí; pues aunque camina despacio, lleva su casa en la cabeza; mejor dote que la que podéis hacer á mujer alguna. Fuera de esto, lleva consigo su destino.
Orlando.—¿Qué es eso?
Rosalinda.—Los cuernos con los cuales se presume que deben aparecer á mérito de sus esposas aquellos que se os parecen; mientras que él tiene la suerte de venir armado sin que por ello se pueda difamar á su esposa.
Orlando.—La virtud no es fabricante de cuernos; y mi Rosalinda es virtuosa.
Rosalinda.—Y yo soy vuestra Rosalinda.
Celia.—Le agrada daros ese nombre; pero él tiene una Rosalinda de mejor aspecto que vos.
Rosalinda.—Vamos, galanteadme, galanteadme, que estoy de humor de fiesta, y es bastante probable que consienta. ¿Qué me diríais ahora si yo fuera vuestra Rosalinda en alma y cuerpo?
Orlando.—Principiaría por un beso antes de decir nada.
Rosalinda.—No; mejor sería hablar primero, y cuando os viérais embarazado por falta de asunto, podríais aprovechar la oportunidad para los besos. Hay muy buenos oradores que cuando pierden el hilo del discurso se limpian el pecho, y entre los amantes, cuando viene á faltar asunto (lo que Dios no permita