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COMO GUSTÉIS.

cuando el que las dice es visto con agrado por el que las oye. Es un bonito joven—no demasiado bonito—pero sin duda alguna es orgulloso. Tiene un orgullo que no le sienta mal. Llegará á ser un hombre en regla. Lo mejor de él es su temperamento; y antes que sus palabras acabasen de hacer una herida, sus ojos la habían ya cicatrizado. No es de alta estatura, aunque sí lo bastante para su edad. La pierna es así, así, pero no está mal. Tienen sus labios un lindo color rosado; un encarnado algo más maduro y lozano que el que colora sus mejillas: la misma diferencia que entre una encendida rosa de Damasco y otra de color mezclado. Mujeres hay, Silvio, que á haberlo examinado minuciosamente, como lo hice, casi se habrían enamorado de él; pero en cuanto á mí, ni le amo ni le aborrezco. Y, sin embargo, más motivo tendría para aborrecerle que para amarle; porque ¿quién le autorizaba á dirigirme reproches? Dijo que mis ojos y mis cabellos son negros; y ahora recuerdo que me trató con desprecio. Me admira el no haberle replicado. Pero en fin de cuentas es lo mismo, ya que cuenta olvidada no es cuenta saldada. Le escribiré una carta que le escueza de veras y tú se la llevarás. ¿Apruebas, Silvio?

Silvio.—Con todo mi corazón, Febe.

Febe.—Pues la escribiré en seguida. Lo que he de decirle está en mi cabeza y en mi corazón. Seré con él lacónica y severa. Ven conmigo, Silvio.

(Salen.)