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COMO GUSTÉIS.

agradecido. Déjame conocer su cara, y yo dejaré que le crezcan las barbas.

Celia.—Es el joven Orlando; el que hizo dar á un mismo tiempo aquella voltereta al luchador Carlos y á tu corazón.

Rosalinda.—¡Da al diablo las bromas! Habla seriamente y á fe de doncella de buena ley.

Celia.—Pues á fe de tal, prima, que es él.

Rosalinda.—¿Orlando?

Celia.—Orlando.

Rosalinda.—¡Desdichado día! ¿Qué voy á hacer ahora con mi justillo y mis bragas? ¿Qué hizo cuando le viste? ¿Qué dijo? ¿Qué aspecto tenía?¿Qué hace aquí? ¿Preguntó por mí? ¿Adónde vive? ¿Cómo se despidió de ti? ¿Y cuándo volverás á verle? Respóndeme en una palabra.

Celia.—Primero, consigue prestada para mí la boca de Gargantua. La palabra que pides no cabría en ninguna boca de las que se ven en nuestro tiempo. Decir sí y no á todos esos detalles, sería más que responder al Catecismo.

Rosalinda.—Pero ¿sabe él que estoy en este bosque y en traje de hombre? ¿Parece tan lozano como el día de la lucha?

Celia.—Satisfacer las preguntas de los amantes, es tan fácil como contar los átomos. Consuélate con saber que le he encontrado, y saborea esta buena observación. Lo hallé en tierra al pié de un árbol, como una bellota caída.

Rosalinda.—Árbol que deja caer tal fruto no puede ser sino el árbol de Jove.

Celia.—Concededme audiencia, mi buena señora.

Rosalinda.—Continúa.

Celia.—Estaba acostado cuan largo es, como un caballero herido.