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COMO GUSTÉIS.

á estos frutos antes que yo haya cumplido mi propósito, morirá.

Jaques.—Y si no admitís razones en respuesta, habré de morir.

Duque.—¿Qué deseáis? Nos forzaría á ser benévolos vuestra cortesía, más que nos inclinaría á la bondad vuestra fuerza.

Orlando.—Estoy casi muerto por el hambre. Dejadme tomar alimento.

Duque.—Sentaos y alimentaos y sed bien venido á nuestra mesa.

Orlando.—¿Habláis afablemente? Os ruego que me perdonéis. Parecíame que todo había de ser salvaje en este lugar, y por eso tomé un aspecto imperioso é inflexible. Pero quienes quiera que seáis, los que en este desierto inaccesible, á la sombra del melancólico ramaje véis correr indiferentes las cansadas horas del tiempo; si alguna vez visteis días mejores; si alguna vez oísteis el tañer de las campanas llamándoos al templo; si os habéis sentado al banquete de un hombre de bien; y si alguna vez enjugasteis de vuestros párpados una lágrima de piedad y sabéis lo que es compadecer y ser compadecidos, dejad que la humildad sea mi principal fuerza, y en tal esperanza envaino, sonrojándome, este acero.

Duque.—En verdad, hemos visto días mejores, y la sagrada campana nos ha llamado al templo, y nos hemos sentado á las fiestas de hombres buenos, y hemos enjugado de nuestros párpados lágrimas arrancadas por la santa piedad; así, pues, sentaos tranquilamente y disponed de cuanta ayuda podemos ofrecer en alivio de vuestras necesidades.

Orlando.—Pues bien: aplazad por pocos momentos vuestro alimento, mientras voy, como la cierva, en busca de mi cervato para alimentarlo. Hay allí un pobre anciano que siguió con paso fatigado mi largo ca-