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COMO GUSTÉIS.

Amiens.—No querría cambiarla. ¡Dichoso sois, Alteza, que podéis tornar la obstinación de la fortuna en un modo de ser tan dulce y apacible!

Duque.—Venid. ¿Iremos á matar venados? Y sin embargo me contrista el que estos pobrecillos abigarrados, naturales moradores de esta soledad, sientan que en sus propios confines un venablo de doble filo les atraviese los costados.

Lord 1.º—Por cierto, mi señor, que el melancólico Santiago se aflige de ello; y en ese sentido jura que sois más usurpador que el hermano que os ha desterrado. Milord Amiens y yo nos deslizamos hoy ocultamente hasta donde yacía aquel, declinado bajo un roble cuyas viejas raices asoman sobre el arroyo que susurra á lo largo de este bosque.—Vino á desfallecer allí un pobre ciervo fugitivo herido por el arma de algún cazador; y en verdad, señor, que el desventurado animal exhalaba tan hondos quejidos, que su piel se dilataba por el esfuerzo como si hubiera ido á rasgarse, y gruesas lágrimas corrían de sus ojos una tras otra en lastimera sucesión. Así, la pobre alimaña, permaneció en el borde mismo del rápido arroyo que recibía sus lágrimas, mientras la observaba atentamente el melancólico Santiago.

Duque.—Pero ¿qué dijo éste? ¿No moralizó sobre ese espectáculo?

Lord 1.º—¡Oh, sí, por mil símiles! En primer lugar porque vertía sus lágrimas en el arroyo que no necesitaba de ellas, exclamó: «¡Pobre venado! Haces testamento como las gentes mundanas, dando lo más que tienes á quien ya tiene demasiado.» En seguida por hallarse solo y abandonado por sus amigos de piel aterciopelada, dijo: «Es justo: esta desgracia ahuyenta la afluencia de compañeros.» Al mismo tiempo un hato harto de pacer pasa saltando á su lado sin cuidarse de él. «Sí, seguid adelante, gordos y lustrosos ciudada-