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ACTO II.

ESCENA I.
El bosque de Ardenas.
Entran el antiguo DUQUE, AMIENS y otros lores en traje de monteros.
DUQUE.

Y

bien, compañeros y hermanos de destierro, ¿no hace la costumbre que sea más dulce esta vida que la de las vanas pompas? ¿No están más exentas de peligro estas selvas que la envidiosa corte? Aquí no tenemos otro padecimiento que el de Adán; la diversidad de la estación; el rudo zumbido y el diente helado del viento del invierno. Y cuando sopla sobre mi cuerpo y lo muerde y lo hace encogerse de frío, me digo sonriendo: «Esto no es adulación; estos son consejeros que con toda sinceridad me convencen de lo que soy.» Dulces son los frutos de la adversidad que, semejante al feo y venenoso sapo, lleva en la cabeza una preciosa joya.—Y esta nuestra vida retirada del bullicio público, descubre idiomas en los árboles, libros en los arroyos, sermones en las piedras, y el bien en todas las cosas.