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JULIO CÉSAR

Marulo.—¿Qué oficio tienes, bellaco? Avieso bellaco ¿qué oficio?

Ciudadano 2.º—No os enojéis conmigo, señor, os lo suplico. Pero aun enojado, os puedo remendar.

Marulo.—¿Qué significa eso? ¡Remendarme tú, mozo impudente!

Ciudadano 2.º—Es claro, señor; remendar vuestro coturno.

Flavio.—¿Es decir que eres zapatero de viejo?

Ciudadano 2.º—En verdad, señor, yo no vivo sino por la lesna. Ni me entremeto en los asuntos de los negociantes, ni en los de las mujeres, sino con la lesna. Soy en todas veras un cirujano de los calzados viejos. Cuando están en gran peligro los restauro; y la obra de mis manos ha servido á hombres tan correctos, como los que en cualquier tiempo caminaron en el cuero más lujoso.

Flavio.—¿Pues por qué no estás hoy en tu taller? ¿Por qué llevas á estos hombres á vagar por las calles?

Ciudadano 2.º—Á decir verdad, señor, para que gasten los zapatos y tener yo así más trabajo. Pero ciertamente, si holgamos hoy, es por ver á César y alegrarnos de su triunfo.

Marulo.—¡Regocijarse! ¿de qué? ¿Qué conquista trae á la patria? ¿Qué tributarios le siguen á Roma, engalanando con los lazos de su cautiverio las ruedas de su carro? Vosotros, imbéciles, piedras, menos que cosas inertes, corazones endurecidos, crueles hombres de Roma, ¿no conocisteis á Pompeyo? ¡Cuántas y cuántas veces habéis escalado muros y parapetos, torres y ventanas, y hasta el tope de las chimeneas, llevando en brazos á vuestros pequeñuelos, y os habéis sentado allí todo el largo día en paciente expectación para ver al gran Pompeyo pasar por las calles de Roma! Y apenas veíais asomar su carro ¿no lanzabais una aclamación universal que hacía temblar al Tíber en su