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OTELO.

señora mia, óyeme, si es que aún tienes oidos. Moriré cantando como el cisne:

 Cantad el sauce, y su verdor cantad.
Moro: ella fué honesta.
Moro: ella te amaba.
Verdad es: así yo me salve. Muero diciendo la verdad. Muero. (Cae.)

OTELO.

Otra arma tengo aquí: una hoja española, reciamente templada en las aguas del Tajo. Ahora es cuando debo desnudarla, amado tio.

GRACIANO.

(Dentro.) Vana empresa será el defenderte: no tienes armas, has de ceder.

OTELO.

Entra, y óyeme, ó embestiré desnudo como estoy.

(Sale Graciano.)
GRACIANO.

¿Qué sucede?

OTELO.

Espada tengo, la mejor que ciñó ningun guerrero: esta hoja y este brazo han allanado obstáculos veinte veces mayores que tu resistencia. Pero ¡qué insensato alarde! ¿Quién lidia contra la fortuna? Todo ha cambiado: no me temes aunque me ves con armas. Este es el término de mi viaje, la bahía y el puerto. ¿Te retiras tembloroso? ¿A qué ese miedo? Aunque ataques á Otelo con una débil caña, Otelo cederá. ¿Y á dónde ha de ir Otelo? Déjame ver tu rostro por última vez, infeliz esposa mia. Tan pálido está como tu vestidura. Cuando los dos comparezcamos ante el tribunal divino, esa mirada tuya bastará á arrojar mi alma del cielo, y