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OTELO.

«Tejed una guirnalda de verde sauce. No os quejeis de él, pues su desden fué justo.»

No, no es así el cantar. Alguien llama.

EMILIA.

Es el viento.

DESDÉMONA.

(Canta.) «Yo me quejé de su inconstancia, y él ¿qué me respondió? Cantad el sauce, cantad su verdor. Si yo me miro en la luz de otros ojos, busca tú otro amante.»

Buenas noches. Los ojos me pican. ¿Será anuncio de lágrimas?

EMILIA.

No es anuncio de nada.

DESDÉMONA.

Siempre lo he oido decir. ¡Qué hombres! ¿Crees, Emilia, que existen mujeres que engañen á sus maridos de tan ruin manera?

EMILIA.

Ya lo creo que existen.

DESDÉMONA.

¿Lo harias tú, Emilia, aunque te diesen todos los tesoros del mundo?

EMILIA.

¿Y tú qué harias?

DESDÉMONA.

Nunca lo haria, te lo juro por esa luz.

EMILIA.

Yo no lo haria por esa luz, pero quizá lo haria á oscuras.