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O T E L O.
DESDÉMONA.

¿Qué dices, esposo?

OTELO.

¡Aparta, demonio!

DESDÉMONA.

¿Tal he merecido?

LUDOVICO.

Ni con juramento lo creeria nadie en Venecia. ¡Qué ultraje tan brutal! ¿No veis cómo está llorando?

OTELO.

¡Víbora! Si el llanto de las mujeres pudiera fecundar la tierra, de cada gota naceria un cocodrilo. ¡Lejos, lejos de aquí!

DESDÉMONA.

Me iré por no verte enojado.

LUDOVICO.

¡Qué humildad y modestia! Compadeceos de ella, señor gobernador. Volvedla á llamar.

OTELO.

Venid aquí, señora.

DESDÉMONA.

¿Qué me quereis, esposo mio?

OTELO.

¿Qué la quereis vos?

LUDOVICO.

Nada, señor.

OTELO.

Sí. ¿Qué la quereis? ¿No me deciais que la llamase?